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Afectan en la adultez: Los traumas infantiles que son invisibles para los padres

Desde invalidar las emociones de los niños hasta conductas sexuales inapropiadas, hay distintas interacciones que pueden perjudicar el desarrollo personal.

tvn.cl

Jueves 16 de septiembre de 2021

Camila, a sus 23 años, teme expresar sus emociones a su pololo, especialmente cuando se trata de una discusión. Piensa que algo malo va a pasar si ella plantea su punto de vista contrario al de su pareja, es más, se siente paralizada y con altos niveles de estrés. En terapia, Camila recordó que en su niñez, su papá, que en ocasiones era muy cariñoso, era también muy estricto, con poco control de sus impulsos, y en momentos de discusiones la trataba a ella y a sus hermanos con disciplina militar, no les permitía responder ni “poner caras” que expresaran sus emociones, sólo les hacía callar con su mirada de furia. Así, vivía con el temor de que en cualquier momento su padre se alterara y todo pasará del amor al miedo.

Esta historia es un ejemplo de un trauma complejo que la psicología define como una serie de experiencias naturalizadas por los niños y sus familiares, que van dejando huellas en su sistema nervioso y que transforman en una especie de “aprendizaje significativo” de cómo deben ser las conexiones con las personas. En consecuencia, los niños cuando crecen tienen dificultades para establecer relaciones seguras, ya que su “sistema de conexión interpersonal” queda con graves disfuncionalidades.

Hugo Huerta, psicólogo especialista en Trauma Complejo del desarrollo, explica que comúnmente cuando las personas escuchan la palabra “trauma” la relacionan con maltrato grave, abuso sexual, violaciones, etcétera. Sin embargo, existen otras situaciones potencialmente traumáticas que pasan inadvertidas para los padres-madres-cuidadores, ya que lamentablemente la aplicación deliberada de estrés en los niños está bastante naturalizada por nuestra cultura.

Algunas conductas que se deben evitar son:

Alimentación forzada

 

Esto es cuando los cuidadores obligan a sus hijos a comer más allá de lo que sus cuerpos naturalmente les indican. “Los niños sólo esperan de sus padres cariño y protección, y si de pronto los fuerzan a comer y, encima, se enfadan y les gritan, lo más probable que en el futuro tengan dificultades para decir que no ante las demandas de personas y por tanto tengan más riesgo de resultar víctimas de transgresiones de todo tipo”, explica Hugo Huerta.

“Asimismo la alimentación forzada, se relaciona con trastornos de la alimentación en la adolescencia y adultez. Por esta razón, en caso de tener dudas respecto a este tópico, es bueno que los padres consulten a un especialista médico pediatra, psicólogo o nutricionista para aprender conductas de cuidado de la alimentación de sus hijos”, agrega.

Abandono

 

El psicólogo aclara que para los niños el abandono no es sólo físico ni emocional, sino que también es percibido en otras circunstancias más comunes, por ejemplo, cuando ante un berrinche en un supermercado o centro comercial, los padres para asustarlos les dicen a sus hijos “nosotros nos vamos, si quieres quédate aquí”, ya que el sentirse solos es para ellos una experiencia potencialmente traumática de acuerdo al desarrollo de su cerebro.

Conductas desorganizantes de los cuidadores

 

Hugo Huerta explica que estos comportamientos son todos aquellos que desarrollan los cuidadores y que hacen difícil a los niños entender si pueden confiar o no en ellos y que, por tanto, dificultan el desarrollo del apego de manera estable y predecible, ya que nunca logran anticipar con acierto las conductas de sus padres.

En este sentido, el psicólogo Felipe Lecannelier autor del libro “El trauma oculto en la infancia" ejemplifica las conductas desorganizantes más comunes: Reírse de los niños cuando están llorando, expresar falso afecto al intentar calmarlos, asustarlos, minimizar lo que están sintiendo, ser intenso y brusco en la forma de relacionarse con ellos, ser impredecible y cambiante (por ejemplo, pegarles y después pedirle perdón). Tocar a un niño o niña de forma sexualizadora, abrazar y tomar a los niños de manera brusca, jugar de modo sutilmente agresivo, tomarlos y forzarlos, usar objetos de forma acelerada y amenazante cerca de su cara. Gritarles, burlarse, ponerles apodos, etcétera.

Las principales consecuencias que generan estos traumas en la adultez

 

El psicólogo Hugo Huerta indica que estas conductas que son percibidas por los niños como una traición a la confianza en el ambiente íntimo de cuidado, tienen como primera consecuencia dificultar la capacidad de los más pequeños para “organizar” su apego, lo que, finalmente no lograrán aprender cómo hacerlo para establecer vínculos seguros en sus relaciones íntimas, en consecuencia sentirán desconfianza y miedo ante las expresiones de cariño, que son tan necesarias para un desarrollo y bienestar emocional en la vida de las personas. Esto es denominado “apego desorganizado”, que dificulta gravemente las relaciones en diversas etapas de nuestro desarrollo, especialmente en las relaciones de pareja.

El estrés extremo en la infancia también se relaciona con efectos negativos en la adultez, así lo demuestran diversos estudios. Uno de ellos es “Experiencias Adversas en la infancia (Felitti, 1998)”, desarrollado en Estados Unidos con 17.421 personas, que reveló que quienes tenían más alto puntaje son los que habían sufrido experiencias adversas en su infancia, en comparación de las que no tenían estas experiencias. Por ejemplo presentaban un 500% más probabilidades de sufrir alcoholismo, 1.700% más de sufrir intentos de suicidio y un 66% más de sufrir depresión.

Finalmente el psicólogo Hugo Huerta expone que en la actualidad existen numerosos libros para acceder a una parentalidad informada, así como también, profesionales idóneos para orientar a los padres en la crianza de sus hijos y de esta manera evitar traumas en los niños que están a su cuidado. Lo importante es crear un vínculo seguro que permita a los menores crecer en un ambiente seguro en el que desarrollen su autoestima y aprendan a relacionarse con los demás de forma saludable.