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Impactante testimonio de chileno que vivió ocho meses en la cárcel de Corea del Norte

"En Muy Buenos Días" nos visitó Eduardo Murillo, quien relató cómo fueron sus años viviendo en este país que cuenta con una serie de restricciones a sus ciudadanos.

tvn.cl

Jueves 21 de septiembre de 2017

"En Muy Buenos Días" nos visitó Eduardo Murillo, quien relató cómo fueron sus años viviendo en este país que cuenta con una serie de restricciones a sus ciudadanos.

Eduardo Murillo llegó como joven comunista en 1960 a Corea del Norte, todo gracias a una beca para estudiar siete años medicina, pero luego de cuestionar las injusticias del gobierno, fue catalogado como "espía norteamericano" y sentenciado a 8 meses en la cárcel.

"Nosotros como occidentales y latinoamericanos hacíamos crítica sobre las conductas del gobierno norcoreano, de las publicaciones y mucho chiste, pero todas esas cosas estaban siendo grabadas y por eso fui detenido". relata Eduardo.

También relató cómo es la vida en este país: "vivir en este lugar es sumamente diferente a vivir en otro país del mundo, en eso Corea ha sido raro, impredecible y extraño... Es una cultura rara, desde niños le van introduciendo que no existe país en el mundo que Corea del Norte, no existe mejor escuela, ni mejor medicina. Están todos formateados de una manera y no se puede ser de otra".

Este chileno comenzó a trabajar en Radio Pyongyang haciendo traducciones y enseñando español, pero a veces le pedían que fuera locutor, y no podía evitar cuestionar verdades del régimen.

Murillo señala que la gente en la calle lo que hace es caminar apresuradamente a sus trabajos, son 14 horas mínimas de trabajo y después en la tarde cuando sale aprovechan de fumar una gran cantidad de cigarrillos. A muchos trabajadores les gusta el alcohol y después se van a sus casas. Allá la electricidad no existe de noche, solamente para las fabricas y las cosas laborales.

Sobre su paso por la cárcel afirmó que "Es una celda que tiene un poco más de un metro de ancho por un poco más de un metro de largo. Al fondo hay retrete con un tubo oxidado que está noche y día chorreando el agua. El guardia está cuidándote a toda hora, entonces uno hace sus necesidades ahí. Fue una de sus peores torturas, estuve una semana sin comer. Comía de repente pocillos con gusanos o con ají".

Hubo un momento en que pensó que había llegado su día. Lo tomaron y le pusieron un overol con un círculo rojo en el corazón. Lo vendaron y lo colocaron en el paredón de fusilamiento. No sabía que era una tortura más. "Cuando sentí las balas de los fusileros, que eran de salva, fue la primera vez que pensé en Dios. Yo antes era un ateo militante. Creo que ese fue el premio que tuve después de todas estas amarguras"